Cada vez que llueve las gotas de lluvia estallan contra el suelo desnudo. Las partículas de tierra son disgregadas fácilmente, y el agua las arrastra pendiente abajo, por mínima que esta sea. Y el suelo queda cada vez más pobre y escaso. Es un fenómeno que ocurre en buena parte de la superficie que Jaén dedica al olivar. Son 6.000 kilómetros cuadrados, el 48% de la superficie de la provincia, ocupadas por sesenta millones de árboles de los que la provincia extrae su principal fuente de riqueza. Una riqueza, sin embargo, que está amenazada. El principal peligro para el mundo aceitero jienense no está en los vaivenes de los mercados o en bacterias que viajan desde Italia. La amenaza está en el suelo. Los científicos alertan de que Jaén se queda sin suelo.
Los suelos de olivar de Jaén pierden por erosión entre 3 y 4 milímetros de espesor al año (entre 40 y 60 toneladas de tierra por hectárea). Es una tragedia ecológica silenciosa, pero que tiene repercusiones económicas inmediatas para los agricultores y para el conjunto de la sociedad: tierras menos fértiles, gasto inútil el riegos, caminos y hasta carreteras destrozados, pantanos acolmatados…Una factura millonaria que, sin embargo, es poca cosa comparada con las perspectivas de futuro si no se revierte la tendencia: el desierto acecha.
«Hay estudios que hablan ya de suelos en buena parte de la provincia de Jaén con una vida media útil de 25 años», alertó Julio Antonio Calero, (de Carchelejo), biólogo y doctor del departamento de en Edafología y Química Agrícola de la Universidad de Jaén, en unas jornadas para agricultores organizadas por Asaja-Jaén. Calero citó el caso de fincas que se vienen estudiando en Córdoba donde se ha detectado que el nivel del suelo se ha rebajado 20 centímetros en cincuenta años. Y se trata de un fenómeno irreversible. Jaén es actualmente una de las provincias de España más expuestas a la pérdida de suelo, según los científicos.
El paisaje del olivar tal y como lo conocemos no es tan antiguo como se puede pensar. A mediados del siglo XVIII había en Andalucía 42.000 hectáreas de olivar. Actualmente la cifra pasa del millón y medio. Un olivar que se trabaja con dos formas de cultivo mayoritarias: con laboreo (se ara la tierra y se trabaja con aperos) y con técnicas de no cultivo pero con suelos desnudos de ‘malas hierbas’. Ambas formas de olivar favorecen la erosión.
Pueblos más afectados por la erosión
Estudios de campo elaborados por la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía y publicados en 2016 estiman que casi el 40% de la provincia de Jaén sufre pérdidas de suelo (una cifra que se aproxima bastante a lo que representa el olivar). En el 23% de esta superficie la pérdida es moderada. Pero es que hay un 8% donde la erosión se considera alta y otro 8% donde es muy alta. Hay municipios como Quesada, Larva, Huesa o Jódar donde la amenaza del desierto es ya evidente. Pero el problema afecta a toda la provincia. Y a todos los olivareros.
Los cálculos de suelo perdido se disparan si se trata de fincas donde han aparecido cárcavas. Enormes grietas por donde corre el agua desbocada arrastrando todo a su paso. «Las cárcavas multiplican por 8, 10 o más la perdida de suelo», asegura Calero. Las cárcavas no son un problema aislado de algunas fincas, sino que están modificando sustancialmente el paisaje del campo jienense, cortan caminos, parten fincas, obligan a largos rodeos. En la última década han proliferado prácticamente por toda la campiña. Y es prácticamente imposible eliminarlas una vez que han adquirido ciertas dimensiones. Todo lo más se las puede reducir. Pero cuando llegue una gran tormenta y las precipitaciones sean fuertes, volverán a arrastrarlo todo.
La erosión ya le está costando una fortuna a los agricultores. El suelo que se pierde es el más rico en materia orgánica. Lo que queda, por tanto, es más pobre. El olivar pierde productividad y rendimiento. En zonas de erosión moderada (4 milímetros al año) se estiman pérdidas de hasta 200 euros por hectárea y año en la cosecha, según los cálculos expuestos por Julio Antonio Calero.
Para mantener la calidad del suelo hay que recurrir a fertilizantes, que tienen un elevado coste.
Ademas, buena parte del olivar se riega. Es otro de los costes significativos que soportan los agricultores. Un buen porcentaje de ese riego se podría evitar, pues los suelos erosionados dejan escapar mucha agua y pierden capacidad de almacenar la humedad. Calero estima que un suelo no cultivado conserva hasta el doble de agua que uno de olivar intensivo. El agua desaprovechada supone un riego anual de 250 metros cúbicos por hectárea. Trasladando el cálculo a las dimensiones globales de la cuenca y a la cantidad total que se destina a riego, el resultado es que entre el 10 y el 15% del agua los agricultores aportan costosamente a sus olivares la han dejado escapar antes por la erosión. Traducido a euros, también se está hablando de millones.
La factura de la erosión también la paga el conjunto de la sociedad, viva o no del campo. Las escorrentías y deslizamientos provocan daños en infraestructuras que en España se estiman en 2.000 millones de euros, y que en Jaén llegan a los 19 millones (estimación basada en el Plan Encamina2 de arreglo de caminos).
El arrastre de materiales provoca estrechamientos en cauces fluviales, lo que aumenta la energía de las crecidas. Ocurre en la zona de los puentes de Jaén, o en La Cerradura. Para garantizar la seguridad de los vecinos se requieren obras millonarias. Los pantanos además se rellenan de tierras de arrastre. Se estima que cada año los embalses jienenses reciben 70 hectómetros cúbicos de sedimentos. En 60 años han perdido un 10% de capacidad. Y las consecuencias de las riadas cada vez son más dramáticas, en una provincia amenazada por la pérdida de suelo.
Fuente y foto: ideal.es